El liberalismo surgió, como ideología de la burguesía, directamente vinculado al pensamiento del siglo XVIII y a la Revolución Francesa.
En el campo político, el liberalismo niega los privilegios tradicionales de la monarquía y la aristocracia, y firma los que considera derechos internos al hombre, tales como las libertades de expresión, prensa, reunión y asociación. Para proteger a la sociedad de las arbitrariedades y abusos del poder, deposita su confianza en las leyes y defiende, por consiguiente, el constitucionalismo.
Los liberales que prevalecieron durante el siglo XX defendían el concreto la monarquía constitucional y el sufragio restringido.
Posteriormente, el liberalismo dio vida a una tendencia avanzada que aboga por el sufragio universal y el robustecimiento del parlamento, sentando las bases de la soberanía popular (revoluciones de 1848).
El triunfo del liberalismo no se obtuvo por medios pacíficos; y en la preparación de las revoluciones tuvieron un papel importante las sociedades secretas.
En el campo económico, el liberalismo heredo del pensamiento de Adam Smith, era contrario a todo cuanto se opusiera a la libertad económica. Propugnaba la defensa del derecho de propiedad, el libre comercio, la libre competencia y la libre contratación. Por consiguiente, se oponía al proteccionismo, a la organización gremial y a la intervención estatal.
El liberalismo económico se impuso rápidamente en Inglaterra y alcanzó su apogeo en Europa a mediados del siglo XIX. Para los liberales, el estado debía encargarse exclusivamente e mantener el orden, proteger los derechos individuales, velar por la seguridad exterior y asumir las obras de beneficencia.
Destacados teóricos del liberalismo fueron los ingleses Jeremy Bentham (1748-1832), J. Stuart Mill (1806-1873) y Herbert Spencer (1820-1903).